El valor del “No” Una palabra que también nos cuida
Durante gran parte de mi vida, veía la palabra “no” como algo casi negativo. Decir “no” era, para mí, como cerrarme a posibilidades, como si estuviera fallando o rechazando algo valioso. Solo la usaba en tono de relajo o en situaciones que no fueran importantes. Pero cuando se trataba de estudios, trabajo, voluntariados, religión, relaciones… casi siempre omitía decir “no”, pensando que al decir “sí” lograría conectar con lo correcto o lo que “se supone”.
Durante mucho tiempo pensé que decir “sí” a todo era lo ideal para alcanzar metas. Y sí, logré cumplir muchas cosas a las que me comprometí con un “sí”… pero a un costo. Ese costo lo vi reflejado en estrés acumulado, decisiones tomadas sin pausa, momentos en los que no cumplí del todo o no lo hice bien, e incluso complicaciones en mi salud.
Sin darnos cuenta, hemos colocado al “no” como el antagonista, sin reconocer que es tan válido y necesario como el “sí”. Aprender a decir “no” me ha enseñado a mirar con más claridad. Me ha permitido hacer pausas, reflexionar sobre lo que realmente quiero o necesito, y ser más genuino con los demás… y conmigo mismo. Me recordó que soy humano, que tengo límites, emociones, tiempos… y que es sano reconocerlos.
Decir “no” no significa rechazar al otro o una oportunidad; significa escucharme, cuidarme, ser honesto con lo que puedo y no puedo dar. No se trata de negarlo todo, sino de aprender a elegir con conciencia.
No siempre fui así. Aprendí a usar esa palabra, muchas veces a la fuerza, con tropiezos, errores, cansancio… pero hoy, puedo reconocer que cada uno de esos “no” también ha dado frutos en mi presente.
¿Cuándo fue la última vez que dijiste “no” con honestidad y sin culpa?
Te invito a aplicar esta palabra con responsabilidad y cariño. Porque el “no” también es una forma de amor propio.